Leyendo el periódico del lunes de
esta semana, con su lúgubre
portada que anunciaba el fracaso de las elecciones interpartidistas, hecho que
ya se veía venir gracias a los oscuros pronósticos que muchos se dedicaron a realizar
en las semanas previas; me encontré con una paupérrima
noticia en una de las hojas interiores.
En la tercera página, un pequeño
rectángulo sin foto, y sin mayor resalto que el de estar en la parte superior
de la misma, anunciaba el aumento en los precios de la gasolina.
No pude evitar pensar Ipso facto “Caramba,
primero millones de pesos, correspondientes del denuedo de millones de Colombianos para pagar sus impuestos
es desperdiciado, y ahora muchos más tendrán que ser pagados en trasporte.
Pobre de nuestros bolsillos”.
Como parece costumbre en nuestra
nación, lo que sube de precio con dificultad tenderá a bajar. Eso lo sabemos muy bien gracias a la
gasolina, invariablemente por las nubes, cada vez más alto.
Es increíble que pongamos erguida nuestra frente y saquemos
pecho por ser un país productor, pero que tengamos que bajar la mirada hacia el
suelo, cada vez que tenemos que “tanquear”,
mirando nuestros bolsillos llenos de aíre, pues ser productores parece
no influir en los precios.
No les parezca raro que un día de
estos compre la gasolina al por mayor y llene con él la alberca de mi casa en
vez de agua, que a propósito, parece querer igualarse en precio, alzar el vuelo
y hacer que otro colombiano mire hacia el cielo, no por orgullo, sino por el inmensurable dolor que hará
elevar las súplicas al cielo.
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