2011/10/25

En tierra ajena.


  ¿Qué será de ti?, ¿qué será de ti?
a ti, que ni de ti eres dueño,
ya te lleva la mar en una caja de madera
que se hace aún más estrecha al estar atado.
¿Qué será de ti?, ¿qué será de ti, mi lindo negro?


Poco a poco, sus piernas  recordaban la habilidad adquirida de caminar. Al bajar, sintió la arena desconocida y distante. Arena de tierra ajena, que hería sus ilusiones de escapar. El mismo sol bravío y regio de su tierra, brillaba sobre su cabeza, distante y doloroso, arremetiendo contra el cansancio de su piel morena. Parecía burlarse de él, rebotando su luz frente a las oxidadas cadenas que unían sus manos a su cuello y a otros tanto como él. Sus huellas quedaban marcadas tristemente sobre la arena, sobre las calles, sobre la plaza, y sobre su nueva residencia, la casa de su amo.

Sus pasos y su columna mantenían el porte y la elegancia de aquel guerrero que orgulloso venció cada una de sus batallas y que pagaba ahora el precio de su única derrota, a manos de hombres de piel clara tan extraños como la tierra que hoy tocaban sus pies.

Su fuerza cimarrona había sido confinada a la tierra y el arado, pero su espíritu seguía indomable como fiera. Ese día, por decima vez intentó escapar, pero su cuerpo sin fuerzas se desplomó fácilmente antes de atravesar la hacienda. Quedó bajo el sol del medio día detrás de los establos. Su piel tiritaba en una fiebre que competía con el calor del día, mientras esperaba con impaciencia, la llegada del látigo que castigara el pecado de enfermarse después de horas de trabajo a sol y lluvia con poca comida.

Quien sabe de dónde vino la sombra gentil, que con gran esfuerzo jaló el cuerpo desfallecido del hombre negro hasta el cobijo de la sombra de un palo de mango. Para ser una de las hijas del amo blanco, cuidó muy bien de él; aún después de pasada la fiebre, hasta que la vitalidad regresó al cuerpo del esclavo.

Con el tiempo, negro y blanca estrecharon una relación que por prohibida, era solo posible bajo la sombra de la luna. Que se mantenía callada y escondida. Dicha relación dio fruto a un hijo, que causó escándalo y horror entre la familia blanca. Ella fue maltratada e intimidada, para revelar al hombre que deshonró a la hija menor. Pero ella, con miedo y amor, se llevó su nombre hasta las piedras de su tumba.

Ya sin ella, él no pudo más. Aprovechando un descuido huyó por undécima vez de la mirada del amo. Pero su afán fue revelado muy pronto por el sonido de los galgos, que le obligaron a correr.
Corrió, asustado y excitado, pero sus piernas no tenían la velocidad de los caballos y prontamente fue rodeado. Estrellaron su cara contra el suelo, y la tierra se adueñó de su rostro. Entonces el primer garrote se estrelló contra su cuerpo, seguido de otro, y otro más, en un juego de turnos insaciables.  A cada golpe y a cada insulto se perdía a sí mismo, en un momento ya no estuvo allí, estaba en su tierra, caminando suavemente hacía una cabaña, donde una mujer blanca y un niño en cuna le esperaban alegres. Siguió hasta ellos, y solo entonces dejó de ser ajeno, porque su alma había abandonado por fin, aquellos granos de arena de una tierra ajena.


Publicada en: Selección de cuentos premiados del concurso de cuento Rodrigo Noguera Laborde. Versión 201. Patrocinado por la Universidad Sergio Arboleda en Santa Marta.

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