Boca de sapo nunca fue
boca de sapo, precisamente porque nunca se merecía ese apodo. No hasta aquel
viernes lluvioso, porque antes fue un chico común como cualquier otro y habría
seguido llamándose Miguel, como eligieron sus padres.
De no haber pasado lo que
aconteció, de seguro se habría salvado de la vieja tradición de llamar a las
cosas por un nombre que no llevan, puesto que no era un niño que se destacara
en nada: no era el más alto de la clase, no era gordo ni delgado, se portaba
como mandaban las reglas, pero no era el más educado, ni se destacaba por su
inteligencia. Si habría que describirle de alguna forma, solo podría decirse
que era un niño como cualquier otro.
Pero ese día, la clase
había salido de excursión de ciencias a un cercano riachuelo, y todo habría
salido como lo planeado de no ser por la lluvia repentina que los encerró por
horas bajo una vieja cabaña con poco espacio para caminar.
Fastidiados por la idea
de no moverse por más tiempo, Rubén, Horacio y Di María, decidieron fugarse a
escondidas al riachuelo. Boca de sapo, que aun se llamaba Miguel, se encontraba
sentado en la ventana por donde los chicos esperaban volarse, y sin decir que
no ni decir que si, fue arrastrado con ellos.
Aunque siguieran cayendo
gotas del cielo había escampado lo suficiente para caminar varios minutos sin
mojarse. Rubén y Horacio entraron al riachuelo crecido y empezaron mojarse
entre sí.
La corriente aceleró de
pronto y amenazó con llevarse a Rubén con sigo. Horacio pudo llegar a la orilla
con ayuda de Di María, mientras Miguel trató de ayudar a Rubén. Viéndose este
último a salvo, trató de asustar a Miguel haciéndose el ahogado. Al tratar de
ayudarlo, Miguel se resbaló y se fue río abajo.
Lo encontraron 20 minutos
después con la ayuda de toda la clase. Tenía una cortada en los labios que
hacía ver su boca más grande. Para hacerle sentir mejor, o solo para burlarse,
Horacio tomó un sapo y le dijo que su boca se parecía a la de Miguel. Cuando el
chico abría la boca para refutar, el sapo se soltó de las manos de Horacio y
cayó dentro su garganta.
Cuando intentó gritar o
hablar, de la boca de Miguel solo salían ¡ Cuac! ¡ Cuac!
Desde entonces Miguel fue
Boca de sapo porque nunca más salió de su boca un sonido diferente a los que un
sapo hace en noche de lluvia.
1 comentarios:
Narración amena con final sorprendente. Sigue adelante. Que la imaginación nunca se apague y continúes deleitándonos con tu narrativa.
Pellín.
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