Fragmentos
de amor furtivo.
Ceremonias
del político.
Fragmentos de amor furtivo es un libro del escritor y
periodista antioqueño Héctor Abad
Faciolince. Esta obra narra sobre la relación de Susana y Rodrigo, que similar
a la vieja obra del Decameron cuenta por fragmentos los amores de Susana,
pasados y presentes; pasando a través de temas como la infidelidad, el amor, el
sexo y la crítica social.
Precisamente sobre la crítica social existen capítulos (a
manera de fragmentos) como “Ceremonias de un político” en donde, por medio de
una conversación, Susana le cuenta a Rodrigo sobre un político de baja moral y
poco interés en el desarrollo del país, lo que lleva un trasfondo de critica a
la sociedad colombiana de finales del siglo XIX y principios del XX.
En ese capítulo el político es descrito como un hombre de
cara roja, abotagada de aguardiente, con la piel dañada de un acné juvenil
que <<chantajeaba con una moral
que no tiene>>.
Mucho intertexto hay a lo largo de todo el libro, y este
capitulo no es la excepción principalmente por su acotación directa a obras
como las Meninas, las obras de Goya, Flandes, Bruegel y El Bosco; e indirectas a obras cmo “Cuentos del arañero”
a través de un recuerdo de Rodrigo donde los político “siempre están
borrachos”.
Puede analizarse también a manera de para-texto la
portada del libro, dejando lugar a un significado que no se comprende hasta
finalizado el libro, puesto que, la portada,
muestra un faro tallado en madera que finaliza con una cara a manera de
máscara mortuoria. Esto hará alusión a la costumbre de Susana de sacarles una
máscara mortuoria a todos los hombres que han estado en su vida, pero en el
caso del político, su máscara jamás estará ahí, pues nunca quiso nada con el ni
nunca tuvo.
Existen también muchas figuras retóricas, como la
metáfora: “Salí del entresueño para esa pesadilla”, “Yo era una especie de
adorno en la delegación, un inútil apéndice con pasajes, hotel, viáticos y todo
el tiempo libre para mi”, “Nos íbamos de tapas” (a tomar vino), “Creo que nos amamantaron en muy distintas circunstancias”.
Son tan frecuentes que suelen abundar de igual forma la alegoría, “(…) y ahí me
clavó los ojos, esos ojitos suyos de felinos enfermo”
También se puede encontrar símil: “De inmediato se puso a
palmotear, como en una cantina”; hipérbaton como “con un par de apellidos que
con solo nombrarlos habrían puertas, dejaban boquiabiertos e inspiraban
respeto” y eufemismos como “… mi
palabrero de 20 de Julio” (Diciéndole Susana al político un hablador sin
sentido).
Así mismo, el capítulo se convierte en una ironía, pero
el ejemplo primordial de esta figura retórica la dice “Un señor de Medellín”: “…diciendo
que El País es mejor que el Colombiano, pero que le gustaba más leer el
Colombiano porque le daba más rabia”
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