2011/11/03

Añoranzas de un pasado en Santa Marta.



Cuatro de la tarde, y la vía se estremece al paso del tren. Es el mismo momento en el que el “Samario”, el único bus que va a Ciénaga, empieza su último viaje del día. Quienes no han abordado ese bus tendrán que dormir en Ciénaga, pues no hay otra forma de regresar. Posiblemente en el Teatro, El gran Teatro Santa Marta falta poco para que empiece el Matiné. Y el famoso almacén El Mogollón se prepara para su último momento del día.

Hace más de 50 años, era ese el panorama que se podría vislumbrar en la vieja Santa Marta. El largo tren que paralizaba el trasporte recorría la hoy llamada Avenida del Ferrocarril.  Los pocos carros, pues no todos podían darse ese lujo, tenían que esperar hasta que pasase el último vagón. Y otros, esperaban a ese vagón final del tren, para llevarse sin problemas una buena mano de plátano de los que está cargado el tren.
Atardecer en Santa Marta. ©       Por: Ilsa Martínez 

Eran esos días en los que el Unión era el glorioso equipo de Santa Marta, y los partidos con el Junior eran clásicos capaces de hacer vibrar el estadio con las voces de los hinchas y hacían llorar al suelo con la fuerza de sus pisadas, de seguro, pues llevaban zapatos comprados en el Alicia Bermúdez, el más prestigioso almacén de ropa y zapatos importados.

A la misma hora de la tarde, la Banda de Músicos Departamental  animaba con una retreta al aire, posiblemente en el Parque de Los Novios bajo la mirada de medio pueblo de Santa Marta. Seguramente el son del toque sería el mismo que tocarían en  una de las más solemnes festividades del año, el 20 de Julio o en las procesiones de Semana Santa, donde personas de la provincia, de Riohacha, Ciénaga, Valledupar y algunos de otras regiones de lo que hoy es el César llegaban temprano a conseguir el mejor puesto de la calle para ver pasar la procesión.

Pero no era el único momento en que Santa Marta recibía sus visitas, muchos de ellos se quedaban por prolongados periodos de tiempo para estudiar en alguno de los mejores colegios de la costa o del país El Liceo Celedón, la Escuela Magdalena, la Normal para Señoritas, o el Liceo del Caribe. Algunos años después, se fundaría la Universidad del Magdalena  y con ella se elevarían el número de visitas que recibiría Santa Marta de estudiantes de la provincia.

Poco más tarde se empezaban a cerrar las casas. Hay de ti si no estabas en casa, cualquier vecino podría ver que estás haciendo algo considerado malo y podría no solo regañarte y pegarte, golpe que sería repetido una vez llegaras a casa. A eso de las siete ya todos los samarios dormían, no había nada más que hacer, los únicos que aún se mantenían despiertos eran quienes regresaban de alguna función de Teatro o de cine en alguna de las funciones del Cine la Morita, del teatro Libre que quedaba antes por donde está hoy Muebles Bimar, frente a la defensoría del pueblo, o quizás en una de las funciones del Teatro variedades.

Pasada la noche, entraba la mañana con el jaleo del mercado, ubicado en lo que hoy es la plaza de San Francisco, donde se podría conseguir hasta animales de monte, como la liebre, el ñeque o la guartinaja. Y de vez en cuando había quien regalaba algo de papa para el sancocho.  La mayoría de las personas llegaban atravesando la Avenida del Libertador o la de Campo serrano, únicas vías pavimentadas, u otras de las calles polvorientas que se volvían arroyos en épocas de lluvia.

Poco antes, o poco después, salía “El Cadir el Árabe” el único bus que iba a Taganga por la vía que Hernández Pardo y Rojas Pinilla construyeron en el 58 junto con la vía a Bahía Concha, la vía al Rodadero, La Villa Olímpica y el estadio de futbol.  Antes se llegaba a Taganga a pie, pero ahora podían hacer el viaje en el “Cadir” y disfrutar con el enfado del ayudante, que no le gustaba que le llamaran “armadillo”, aún cuando es la única forma como los ciudadanos le recuerda.

Así pasaban las horas y el tiempo poco a poco cambia las reglas de juego. Hoy el Unión no es tan glorioso como antes, y a las cuatro solo el trancón provocado por el afán de un enorme afluente de carros o de algún accidente de esos que ya son comunes debido a la imprudencia que la respetuosa Santa Marta de antes jamás imaginó, podría detener el tráfico. Los buses para ir a cualquier lado del Magdalena abundan, y ya no existe la Banda Departamental. Hoy el Teatro Santa Marta no da ninguna función de la calidad de la que se jactó en tiempos pasados. Hoy la ciudad no duerme tan rápido, ni el sol parece ser el mismo de aquella Santa Marta, de hace más de 50 años.

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