2011/09/30

Almuerzo de hogar


Aún en medio de la sala solo se alcanza a oír el leve sonido de las aletas de madera del ventilador.  De vez en cuando, uno que otro sonido proveniente de la cocina o del patio irrumpe la calma de la pequeña habitación.

El espacio designado como “comedor” es la última parte de una larga habitación en donde conviven los grandes muebles de la sala,  la robusta y pesada mesa de comedor con las seis sillas que la rodean, todos de roble, y finamente tallados.

Las aletas del ventilador se ven ligeramente reflejadas en los espacios visibles del vidrio ovalado que reposa en la pesada pata de la mesa, que solo puede ser movida con la fuerza de cuatro hombres. Sobre ella, frascos, cables, periódicos, papeles, computadores y un frutero de cristal rebosante de frutas artificiales, que son movidos ordenadamente para dar lugar al estrecho espacio en donde individuales tejidos de paja, simples platos de vidrio y sencillos cubiertos de metal con pocos acabados, darán inicio a la hora del almuerzo.

Los pocos olores que desprenden los platillos son rápidamente borrados por las ráfagas de aire que entran desde las ventanas que dan al patio y el suave movimiento del aire que produce el abanico de techo.

La comida se vuelve una excusa para dar lugar a todo tipo de seminarios y foros que con gran maestría adornan el relato de la vida cotidiana como si se contasen las más grandes novelas jamás escritas.  Los sabores y los olores se pierden, no tienen poder ante el reino de las palabras y la magia.

En pocos minutos, se recogen los platos y los individuales abandonan la mesa.  Poco a poco, cables, papeles, frascos, computadores, el frutero y nuevos objetos que antes no estaban se adueñan del espacio.  Al tiempo, regresan el silencio y la calma como si en ningún momento se hubiesen marchado.

******

Se abre la puerta, y entran los dueños de casa. El niño con gran habilidad y mucha prisa toma la comida que recién descongela su madre del congelador y se escabulle hasta su cuarto, del que no saldrá hasta cuado tenga que regresar por la cena para volverse a encerrar en su morada.

El padre, apurado por la próxima reunión, revuelca todos los objetos sobre la mesa buscando un documento. ¡Porqué nunca dejan las cosas como yo las dejo! ¡¿Por qué llenan tanto la mesa?! se queja mientras jala el papel que buscaba debajo del frutero.

A los minutos cada persona de la casa toma su plato y almuerza en su propio lugar, el padre y el niño en sus propios cuartos, y la madre frente al televisor de otra habitación. Más tarde, el padre sale de nuevo al trabajo olvidándo despedirse mientras cierra la puerta. 

La vida sigue, prontamente llega la noche, y en poco tiempo se ha ido la mañana. No hay nadie en casa.

Aún en medio de la sala solo se alcanza a oír el leve sonido de las aletas de madera del ventilador. De vez en cuando, uno que otro sonido proveniente de la cocina o del patio irrumpe la calma de la pequeña habitación. Nuevamente las sombras del pasado se toman poco a poco el comedor, y vuelve a ocurrir el desfile de objetos que se acomodan para dar paso al almuerzo perdido entre los afanes del ayer.

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