2014/09/16

Boca de sapo



 Boca de sapo nunca fue boca de sapo, precisamente porque nunca se merecía ese apodo. No hasta aquel viernes lluvioso, porque antes fue un chico común como cualquier otro y habría seguido llamándose Miguel, como eligieron sus padres.

De no haber pasado lo que aconteció, de seguro se habría salvado de la vieja tradición de llamar a las cosas por un nombre que no llevan, puesto que no era un niño que se destacara en nada: no era el más alto de la clase, no era gordo ni delgado, se portaba como mandaban las reglas, pero no era el más educado, ni se destacaba por su inteligencia. Si habría que describirle de alguna forma, solo podría decirse que era un niño como cualquier otro.

Pero ese día, la clase había salido de excursión de ciencias a un cercano riachuelo, y todo habría salido como lo planeado de no ser por la lluvia repentina que los encerró por horas bajo una vieja cabaña con poco espacio para caminar.

Fastidiados por la idea de no moverse por más tiempo, Rubén, Horacio y Di María, decidieron fugarse a escondidas al riachuelo. Boca de sapo, que aun se llamaba Miguel, se encontraba sentado en la ventana por donde los chicos esperaban volarse, y sin decir que no ni decir que si, fue arrastrado con ellos.

Aunque siguieran cayendo gotas del cielo había escampado lo suficiente para caminar varios minutos sin mojarse. Rubén y Horacio entraron al riachuelo crecido y empezaron mojarse entre sí.

La corriente aceleró de pronto y amenazó con llevarse a Rubén con sigo. Horacio pudo llegar a la orilla con ayuda de Di María, mientras Miguel trató de ayudar a Rubén. Viéndose este último a salvo, trató de asustar a Miguel haciéndose el ahogado. Al tratar de ayudarlo, Miguel se resbaló y se fue río abajo.

Lo encontraron 20 minutos después con la ayuda de toda la clase. Tenía una cortada en los labios que hacía ver su boca más grande. Para hacerle sentir mejor, o solo para burlarse, Horacio tomó un sapo y le dijo que su boca se parecía a la de Miguel. Cuando el chico abría la boca para refutar, el sapo se soltó de las manos de Horacio y cayó dentro su garganta.
Cuando intentó gritar o hablar, de la boca de Miguel solo salían ¡ Cuac! ¡ Cuac!

Desde entonces Miguel fue Boca de sapo porque nunca más salió de su boca un sonido diferente a los que un sapo hace en noche de lluvia.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Narración amena con final sorprendente. Sigue adelante. Que la imaginación nunca se apague y continúes deleitándonos con tu narrativa.
Pellín.

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